
Mariano Balestena señala un aspecto de nuestra identidad que a menudo se pasa por alto: nuestros soundtracks personales. Desde nuestros estornudos hasta las zapatillas de deporte chirriantes, hay un montón de sonidos que creamos diariamente y que dan forma a lo que somos para nuestros allegados y el mundo que nos rodea.
Cuando miramos una película sabemos que las imágenes que parpadean frente a nuestros ojos no son el único medio por el que se transmiten la información, las emociones y su trama. Si sólo “viéramos” una película, nos estaría faltando un aspecto importante en el que una gran variedad de información sónica se combina con el diálogo y la música: El soundtrack.
De manera similar, nuestra presencia personal no solamente es física y visual: Llevamos con nosotros un soundtrack de nuestros propios sonidos, inherentes a nuestra corporeidad y existencia. El soundtrack está determinado e influenciado por nuestras características fisiológicas, hábitos personales, inflexiones performativas, gustos e incluso nuestra ropa.
Una persona con uñas largas acentúa cada acción de sus dedos con “clicks” sutiles. Alguien que usa tacones altos construye a su paso un camino de pisadas reverberantes y percusivas. En un tren, un viajero intenta no quedarse dormido porque la idea de roncar en público le avergüenza. Alguien que trabaja con intercomunicador emite bips y susurros de baja resolución.
Estos son ejemplos de diferentes soundtracks personales, rastros sonoros distintivos que son tan importantes a nuestra existencia como lo son nuestra presencia visual y corporal. Podemos categorizar los sonidos de nuestro soundtrack en cuatro grupos: Sonidos orgánicos, internos, ítems sonoros y gestos sonoros.
Respiraciones, sonadas de nariz, carraspeos, estornudos. Los sonidos orgánicos tienen su origen en eventos internos de nuestros cuerpos complejos. Sirven como marcas de existencia y también como señales voluntarias - como alguien aclarándose la garganta para evidenciar su presencia-. La conexión intrínseca entre la producción de estos sonidos y nuestros cuerpos -particularmente nuestros aparatos fonadores-, las convierte en marcas de identidad personal: Tu estornudo suena tuyo porque resuena en tus huesos y en tu sistema fonador, y tienes control de reprimirlo en algunas circunstancias.
El cuerpo también emite sonidos internos de una intensidad mucho menor, como sonidos abdominales (intestinales) y latidos del corazón, que sólo pueden ser escuchados en momentos de gran intimidad y atención sonora. Similarmente, en nuestro oído interno tienen lugar las emisiones otoacústicas, entendidas como ecos del funcionamiento del amplificador coclear. Estas emisiones son sonidos muy suaves y normalmente imperceptibles, con una intensidad de hasta 10 db SPL. El hecho de que aparezcan de manera natural en nuestro proceso de escucha muestra que la generación de sonido es inherente a nuestra existencia y percepción. La compositora Maryanne Amacher ha utilizado en su obra una variación de este fenómeno, trabajando con las llamadas “emisiones otoacústicas producto de distorsión”, generadas por el batimiento de dos tonos puros yuxtapuestos en frecuencias similares. Un ejemplo es su pieza “Chorale 1”, en la que la combinación de tonos electrónicos crudos produce una tercera “voz” del coral, generada completamente en nuestro oído interno. De acuerdo a la compositora, mientras más alto sea el volumen de escucha, más notorio será el efecto. También podemos tomar como ejemplo el recuerdo de John Cage de su visita a la cámara anecoica de Harvard. Dentro de la cámara, el compositor pudo escuchar el funcionamiento de sus sistemas nervioso y cardiovascular. Aunque su percepción fue luego contradicha por especialistas médicos, la historia de Cage indica que podemos agregar más componentes a nuestro soundtrack de sonidos internos, incluso, los que a priori parecen silenciosos.
Algunos accesorios y prendas de ropa traen consigo sonidos característicos: el tintineo de pendientes, el frote de ciertas telas, el golpeteo de las botas. Las elecciones sobre nuestra estética visual personal son también elecciones sonoras. Desde el momento en que decidimos usar una prenda o accesorio que tiene su propia sonoridad, la estamos incorporando a nuestro soundtrack, como si fuera un efecto de foley más.
Por último, podemos incluir en nuestro soundtrack personal pequeños gestos sonoros performativos. Algunas personas cantamos canciones que se nos pegaron, tocamos un ritmo con nuestros dedos para mitigar el aburrimiento y ansiedad o hablamos en voz alta. Estas son algunas formas en las que voluntariamente generamos sonido y ocupamos espacio acústico.
Las categorías mencionadas funcionan como una clasificación tentativa de los componentes del soundtrack personal, de la misma manera que el soundtrack de una película o pieza audiovisual tiene varias capas: Foley, música, efectos de sonido, etc. Podría también hacerse otra distinción: Algunos sonidos de nuestro soundtrack son temporales (accesorios ruidosos como cadenas o uñas postizas) mientras que otros son permanentes (por ejemplo, yo convivo con rinitis crónica, por lo que me sueno la nariz muy a menudo).
El marco teórico de escucha multimodal de Steph Ceraso - según el cual el acto de escucha se aleja de un abordaje centrado en el oído, para pasar a tratar la experiencia auditiva como un evento holístico e inmersivo - puede ser útil para entender y reflexionar sobre nuestros soundtracks personales y los de las personas a nuestro alrededor. En la obra de Ceraso hay una distinción entre dos términos: “Escuchar” (listening to) y “Oír” (earing, literalmente: orejear). Si “oir” es la atención total a la recepción de mensajes audibles específicos (como la palabra hablada), “escuchar” incluye una apertura mayor al mundo sónico y a las “distracciones”, conectando así con cómo el sonido interactúa de manera integral con el entorno, los sentidos de la percepción y las emociones. Desde este marco, si “oyéramos” a alguien, escucharíamos su sonido de manera directa y sin distracción, como si estuviéramos recibiendo instrucciones u órdenes. En cambio, si la “escucháramos”, generaríamos un canal multidimensional y abierto, dentro del cual apreciaríamos los demás sonidos de su soundtrack: El ritmo de su respiración, los ruidos de su boca y los sonidos de sus objetos, además de otras señales paralingüísticas y no verbales - el volumen de la voz, velocidad del discurso, etc.-.
No obstante, el score personal puede ser en ocasiones disciplinado o reprimido. El control de volumen de nuestros sonidos personales comienza a aplicarse en la infancia de la mano de nuestros padres o cuidadores, usamos aplicaciones para monitorear nuestros ronquidos, intentamos gemir más bajo si nuestros vecinos están cerca y procuramos reír suavemente si alguien en casa duerme. De la misma manera, quizás intentamos reducir nuestra huella sonora si estamos caminando tarde en una zona que no conocemos. Desde la aparición de vagones silenciosos en sistemas de transporte alrededor del mundo hasta la “guía del ciudadano mundial del consorcio “Business for diplomatic action” (un documento aconsejando a los hombres de negocio estadounidenses que hablen menos y más bajo cuando viajen al exterior), el volumen de nuestro soundtrack personal puede incluso observarse a través del lente de la identidad social. Nuestra emisión sonora es variable y puede modificarse consciente o inconscientemente. A veces no es el momento ni lugar para sonar.

El soundtrack personal también puede tener una dimensión interpersonal: El score de sonidos que una persona trae con ella puede interactuar en diferentes maneras con los sonidos de otros. Una persona muy reservada en cuanto al volumen de sus sonidos puede verse abrumada por los sonidos más fuertes de alguien que no tiene ese pudor. Por otro lado, un acuerdo tácito entre distintos tipos y volúmenes de sonidos puede ser logrado por un grupo de personas. La identidad sonora de los individuos y grupos se mezcla para generar una nueva y combinada escena sonora y el score de risas y sonidos de asentimiento puede favorecer la aparición de empatía, rapport o confianza entre individuos.
Tengo un hábito inconsciente de generar sonidos y mini-músicas a mi alrededor: pegarle al borde de la mesa, soplar botellas, frotar copas para que suenen. Según mi padre, mi abuelo - a quien no llegué a conocer - hacía lo mismo. Este soundtrack inquieto y juguetón me enlaza inintencionalmente con un pariente que nunca conocí. El soundtrack personal puede entonces funcionar como una herencia sonora y musical que abarca y conecta a la familia, incluso entre miembros que nunca se conocieron.
Sabiendo que nuestro repertorio de sonidos es una parte de nosotros, y que puede ser el resultado de muchos factores y circunstancias, podemos empezar a reflexionar. ¿Cuál es tu soundtrack y qué dice de tu historia y hábitos? ¿Lo modificas de acuerdo al contexto o lo dejas fluir naturalmente? De manera similar al soundtrack de una película, nuestros sonidos son parte de nuestra narrativa, nuestra estética y personalidad. Prestarles atención e investigarlos puede contribuir a comprender mejor al sonido como un fenómeno sujeto a dinámicas personales, sociales e interpersonales.